Señales
El 11 abril viajamos a Barcelona. Cuando viajo en avión intento sentarme del lado de la ventanilla. Disfruto observando a las ciudades como maquetas o a la geografía como pinturas abstractas. En este vuelo recordé a una pintura de Paul Klee. Ese mismo día, mientras subíamos por la escalera mecánica de un metro, una ráfaga de aire levantó la blusa azul de una chica y vi el tatuaje de un ángel que llevaba en su espalda.
Barcelona nos dejó disfrutar del sol pero nuestro último día estuvo gris y entonces aprovechamos para ir al Museo de Arte Contemporáneo, ubicado en Plaça dels Àngels 1. De aquí nos cruzamos a un café de estilo modernista llamado Fleca Els Àngels, en la esquina Plaça dels Àngels 4. Allí nos atendió una mujer amorosa, y después de tomar un rico café y un estupendo zumo de naranjas, nos cruzamos a la librería La central. Aquí tampoco pude conseguir un libro de J.M. Mellado que estaba buscando. Así que, me compré otros libros: ¡Indignaos! de Stéphane Hessel e Historia crítica de la arquitectura moderna de Kenneth Frampton, un libro de mis tiempos de estudiante de arquitectura.
El descubrimiento
En el viaje de regreso, me puse a leer el libro de Frampton y en su introducción descubrí lo siguiente:
Hay un cuadro de Paul Klee que se titula Angelus Novus. En él se ve un ángel que parece estar alejándose de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas extendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que a nosotros nos parece una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y las arroja a sus pies. El ángel querría detenerse, despertar a los muertos y descomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso. Walter Benjamín ‘Tesis sobre la filosofía de la historia’, 1940.
Automáticamente recordé la pintura de Klee y el tatuaje del ángel. Los datos de las calles y del café los corroboré después en casa. Vaya coincidencia.
Mientras hablábamos del tema, John me pasó el librito de Hessel (que en vano intentó leer en español). Me lo puse a leer. En su segunda página descubrí la imagen del cuadro de Paul Klee, el Ángelus Novus. Me quedé anonadada. ¡No puede ser tanta coincidencia!
Paul Klee, Angelus Novus, 1920, acuarela, 31,8 x 24,2 cm, Museo de Israel, Jerusalén. Stéphane Hessel remite en su texto a esta obra de Paul Klee y al comentario que de ella hizo el filósofo alemán Walter Benjamín en su Tesis de Filosofía de la historia, escritas en 1940, bajo la conmoción del impacto germanosoviético. Walter Benjamín fué el primer propietario del cuadro. Veía en él un ángel ahuyentando «esa tempestad a la que llamamos progreso».
Mensaje
Más allá de esta inesperada “coincidencia”, lo que me impactó fue el texto de Walter Benjamín, pues sigue siendo tan actual como el Cambalache de Dicépolo. Todos deberíamos reflexionar sobre «esa tempestad a la que llamamos progreso».
No es casual que estos dos críticos tomen este texto como inspiración. Me conmueve que Stéphane Hessel, a sus noventa y tantos años, haga ese llamado casi desesperado de reflexión a la juventud y me gratifica que su mensaje haya sido escuchado, por ejemplo en España. También me alegra poder leer una versión actualizada del libro de Kenneth Frampton, un octogenario que sigue ayudando a los estudiantes de arquitectura a reflexionar sobre el rol de la arquitectura en esta sociedad moderna donde todo vale.
El mensaje es muy claro. Hemos hechos logros en materia de derechos humanos y sociales, tecnológicos y científicos, pero si nos alejamos de nuestros principios y seguimos dejando todo en manos de la avaricia de los poderosos podemos perderlo todo. ¡Despertemos!
¿Un ángel caído?
En la zona del Raval que estaba “plagada de ángeles”, me encontré con la calle Joaquín Costa, que estaba cortada. Creí leer Acosta, y me acordé de mi amigo Gonzalo, que hacía tiempo no tenía noticias de él. Cuando regresé a casa, inesperadamente descubrí un mensaje suyo que decía: “del 13 al 15 de mayo tengo un torneo en Rotterdam”. Nos pudimos ver, y mientras charlábamos y nos tomábamos una Sprite, observé su remera y me empecé a reír sola. La remera era negra con plumitas blancas, y llevaba un texto que decía: «Cuidado, hasta los ángeles caerán».